El uso del teatro como herramienta terapéutica tiene sus raíces en prácticas ancestrales, apoyadas por fundamentos científicos que demuestran su eficacia en la mejora del bienestar psicológico. Desde la Antigua Grecia, donde el drama y la tragedia se integraban en festivales para abordar emociones humanas profundas, la terapia mediante la actuación ha permitido a las personas explorar y expresar sus conflictos internos. Estudios en psicología y psicodrama han evidenciado que la representación de situaciones cotidianas en un contexto seguro puede facilitar la catharsis, promoviendo la liberación emocional y el autoconocimiento. Asimismo, la práctica teatral fomenta habilidades sociales y de comunicación, contribuyendo a la cohesión grupal y al desarrollo personal, lo que respalda su utilización como una forma de terapia en diversas culturas a lo largo del tiempo.

El teatro ofrece numerosos beneficios para la salud mental de las personas.

Estudios han demostrado que la práctica teatral potencia la autoexpresión y la empatía, herramientas esenciales para la sanación emocional. Según un estudio de la Universidad de Nueva York, el psicodrama puede reducir significativamente los síntomas de ansiedad y depresión al permitir que los participantes recreen y procesen sus experiencias. Claudio Naranjo afirmaba: "La terapia es un arte, y el viajero es el hombre que aprende a ver", resaltando cómo el arte actúa como un vehículo para el autoconocimiento y la transformación personal. De igual manera, Fritz Perls, cofundador de la terapia gestáltica, enfatizaba que "la emoción no es otra cosa que un movimiento hacia la acción", sugiriendo que el teatro facilita el desbloqueo emocional necesario para la salud mental. En suma, el teatro no solo despierta la creatividad, sino que se convierte en un potente recurso terapéutico en el camino hacia el bienestar psicológico.